Elogio a Kanye West: ángel y demonio del siglo XXI

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El ascenso al cielo y la caída a los infiernos de Kanye West

Kanye West es uno de los artistas más brillantes de las últimas décadas. Música, moda, y arte. No hay nada que se le resista. Salvo quizá él mismo.

Por Luis M. Maínez  |  07 Marzo 2022

Aunque no sepas si pronunciarlo /Keni/ o /Kanye/ o /Kanie/ sí que sabes quién es. Kanye West, sin lugar a dudas, es uno de los genios más relevantes que ha dado el siglo XXI. Igual que dice la Biblia, "por sus frutos los conoceréis" cuando se habla de los falsos profetas, a Kanye West se le conoce tanto por lo que hace como individuo —no me atrevo a hablar de él como persona o como personaje— como por sus frutos como artista. Y no hay nada falso en él.

Kanye West, perteneciendo al siglo XX, ha sido capaz de trascender el siglo XXI mucho más que TikTok, el imperio Zuckerberg o cualquier manifestación artística o creativa de estas dos últimas décadas. Del mismo modo que Cristo hizo la transición del judaísmo al cristianismo a través de su persona, Kanye atraviesa dos épocas tan opuestas como cercanas. Él mismo se autodenominó Yeezus y nombró así su álbum de 2013, pecando de egolatría e imaginería religiosa pero sin errar en el diagnóstico. Por hacer una comparación menos espiritual y más artística, del mismo modo que Beethoven hizo de puente entre el clasicismo y el romanticismo e inventó la música contemporánea, Kanye West ha servido para unir la música de dos siglos y dos milenios.

Kanye West, revolucionario

No es una exageración. Los lectores ajenos al universo y la industria musical pensarán que es una autentica locura y que ellos no han notado un cambio muy radical, pero hagan el favor de pensar en Alejandro Sanz y C. Tangana, en Shakira y Rosalía, en Madonna y en Drake. De hecho pueden pensar en Madonna en los 90 y en la propia Madonna a día de hoy. Kanye West fue el artífice de coger toda la música hip hop y R&B que llegaba con cuentagotas a los charts de las canciones más escuchadas y a las más premiadas del mundo y convertirlas en el nuevo pop en un lustro largo maravilloso que comenzó en 2004 con 'The College Dropout' y que culminó en 2010 con 'My Beautiful Dark Twisted Fantasy'. Si usted odia el autotune puede culpar a Kanye West, si usted, por el contrario, tiene en su playlist favorita de cualquier plataforma canciones con 808s, puede agradecérselo a Kanye West.

No contento con eso, Kanye West, cuyo principal activo no es su talento para la música (que ya de por sí es brutal) sino su talento creativo, decide que va a cambiar el rumbo de la moda del mismo modo que cambió el de la música. Ya siendo famoso, en 2009, y en pleno proceso de gestación de 'My Beautiful Dark Twisted Fantasy', con una docena de Premios Grammy a sus espaldas, Kanye West entra a hacer un intership en Fendi, la prestigiosa marca de alta costura fundada por Adele Casagrande en Roma un siglo antes y que ha contado con un mentes creativas detrás de la envergadura como Karl Lagerfeld. Había algo allí, en la moda, que él supo ver antes que los demás. Kanye West conoce allí al recientemente fallecido Virgil Abloh, otro de los responsables del cambio en la moda que vivimos hoy. De hecho, el propio Kanye West fue el gran impulsor de la carrera de Abloh y el inspirador de su marca OffWhite.

Primero con sus polos, ("I even have the pink polo, I thought I was Kanye", canta el de Chicago en 'I Love Kanye') para más tarde, y aquí hago una elipsis que no está a la altura de lo que fue realmente, Kanye West ha popularizado primero y revolucionado después el streetwear que domina ahora la calle y las pasarelas. Vuelvo a lo mismo. Tanto si te ríes de las zapatillas gigantes de Balenciaga que cuestan miles de dólares como si tienes quince pares de sneakers en tu armario, el culpable es ese hombre llamado Kanye West. Después de estar en bancarrota, y de romper con Nike, se alía con Adidas para fundar Yeezy, su línea de zapatillas (en mi opinión, las únicas zapatillas "modernas" con el sello Adidas que valen realmente la pena) valorada en 1.000 millones de dólares. Sí, 1.000 millones.

Kanye West, mientras tanto, pasa de tener una relación con Amber Rose, una 'Gold Digger' famosa por salir con raperos, a ser el marido ideal de la mujer más deseada y poderosa del mundo, Kim Kardashian —que también ha revolucionado el concepto de belleza femenina, de exposición en los medios y ha elevado el trabajo de influencer a lo que es hoy—. Visto así, la vida de Kanye West era un auténtico regalo del cielo. Pero toda luz proyecta una sombra, y los ángeles y los demonios fueron un día lo mismo.

La vida en los infiernos de Kanye West

¿Qué quiere alguien que lo tiene todo? Una familia modelo, la fórmula del éxito profesional y artístico y un lugar fijo en la historia. En el caso de Kanye West nada es sencillo, pero parece que la respuesta en su caso sería "más". Más repercusión, una opinión más respetada, influir en todos los aspectos de su vida a nivel mundial. Los excesos han sido, junto al talento único, la constante en la vida de Kanye West. En el recientemente estrenado documental de Netflix sobre sus primeros años, 'Jeen-yhus', vemos a un Kanye West antes de la fama comportándose con una determinación total y una egolatría sin parangón. Los años antes de su salto a la fama debieron ser una carrera enfermiza del hombre contra sí mismo y contra el mundo en pos de mostrar una valía que parecía no obtener el reconocimiento merecido. Cuando logró dicho reconocimiento, no descansó.

El trauma del que siempre ha sabido su valía y no la ha obtenido a tiempo llega a marcar toda una vida. Tampoco ayuda la trágica muerte de su madre, Donda, en una operación de cirugía estética, la persona a la que le ha dedicado su penúltimo —Donda— y su último —Donda 2—, álbum de estudio ('Donda 2', por cierto, solo disponible en su propia plataforma de escucha), y alguna de las de las canciones más bonitas que se han escrito nunca sobre la pérdida y la relación madre-hijo. Al quedarse sin la mujer que marcó su vida y su carácter, y sin una referencia materna o paterna —su padre salió de la vida de los West cuando la estrella era un crío— todo cambió. Quizá la obsesión por su familia que ha quedado patente en los últimos tiempos tenga también algo de resarcimiento.

Quizá el primer momento reconocible para el gran público de la faceta oscura de Kanye West fue su legendaria intervención en los premios MTV 2009 cuando interrumpió el discurso de una Taylor Swift ("I made that bitch famous") alegando que la merecedora del premio era Beyoncé. Pero antes ya había dejado una frase legendaria en los Grammy de 2005, cuando recibió su primer premio por 'The College Dropout' y habló para preguntarse, después de dar las gracias a su madre, a Dios, y al accidente de coche que casi lo mata. "¿Qué hubiera pasado si no ganase?", a lo que se respondió "supongo que nunca lo sabremos". La visión de un hombre bendecido y maldito al mismo tiempo, incapaz de olvidar lo malo en el momento más feliz de su carrera.

Durante los últimos años, hemos asistido a un viaje de Kanye West hacia facetas aún más divergentes. En primer lugar, su encumbramiento como voz del nuevo cristianismo, una suerte de religión su alrededor al mismo tiempo que alrededor de Cristo con el Sunday Service. Posteriormente su internamiento en una clínica de salud mental, debido a sus trastornos mentales cada vez más habituales o, al menos, más públicos. Su divorcio de las Kardashian en general y de Kim K. en particular. Sus extravagantes apariciones en público, otra vez subvirtiendo la moda, totalmente tapado y enmascarado, paradójicamente para llamar más la atención, y no menos.

¿Has escuchado mucho 'Power' de Kanye West en anuncios de colonias y coches en los últimos años? Eso es porque ha hipotecado su carrera musical gastando dinero presuntamente destinado a grabar sus próximos álbumes sin grabar el que tenía entre manos. Varias veces. Universal (que ha visto como Kanye exponía sus contratos en público) le ha adelantado varios millones de dólares que ahora quiere recuperar vendiendo los derechos de sus canciones para anuncios.

Con 2022 recién empezado Kanye West ya ha dejado su marca en la conversación social. Tras su divorcio con Kim Kardashian y el posterior anuncio de la relación de esta última con Pete Davidson, Kanye West ha empezado a lanzar soflamas en redes sociales contra el nuevo novio de su exmujer, cambiándole el nombre públicamente a Skete, y hasta incluyendo en su último video imágenes de él siendo enterrado. Además de entrar en una polémica contra su exmujer por la exposición de sus hijas en la red social TikTok sin el consentimiento de ambos progenitores. Tenga o no razón, las formas denotan cierta pérdida de la percepción del mundo real en el que vivimos todos los demás.

Mientras acapara titulares y portadas por todo su abanico de impertinencias, salidas de tono y desmanes, Kanye West sigue siendo lanzando música que influencia a millones de personas de todo el mundo, a todos los artistas que escuchas a diario (incluido a Taylor Swift) y, aunque no te des cuenta, también a ti. Es el retrato de un genio. Ángel y Demonio del siglo XXI, que ha elegido la paleta de colores con la que se recordará el primer tercio del siglo, pero que también ha sufrido las nuevas maldiciones del mismo. Es como cualquiera de nosotros, pero no es como ninguno de nosotros.

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