9 señales de que nos estamos haciendo viejos

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Pagar más dinero para estar más cómodo en un sitio y otras señales de que nos estamos haciendo viejos

No todos los millennials somos unos 'forever young'. Existen algunos, cada vez más, a los que el paso del tiempo o su personalidad los ha convertido en un señor mayor atrapado en un cuerpo de joven. Pequeños síntomas, gestos aislados, pensamientos concretos. En muchos de ellos ni siquiera habrás reparado, pero la realidad es que forman parte de ese proceso irreversible.

Por Guille Galindo  |  11 Septiembre 2018

Este artículo va de afrontar la realidad, por muy cruda que sea. Nos estamos haciendo viejos sin darnos ni cuenta. Sí, tú también. Si has abierto esto es que, al menos, tienes dudas sobre ello. Aquí te las vamos a solucionar, aunque quizás la respuesta no sea agradable. Porque nadie quiere envejecer de cuerpo y espíritu. O mejor dicho, nadie quiere dejar de ser joven. Pero todo llega, y hay señales inequívocas de que el temido paso al mundo adulto está más cerca de lo que crees. Aquí os dejamos algunas de ellas (y estamos abiertos a recibir más):

1 Pasear con las manos en la espalda

Estás caminando tranquilamente por un centro comercial y de repente sientes un deseo irrefrenable de juntar las manos por detrás y continuar como si nada. Pasear con las manos en la espalda es muy cómodo (atreveos a probarlo si no). El problema es que no verás a ningún joven haciéndolo. Existen pocos gestos más reveladores que este, así que preocúpate si ya has caído en la tentación, aunque sea de forma inconsciente.

2 Quedarse en el barrio

A todos nos pasa. Un viernes de noviembre con 11 grados no apetece hacer grandes esfuerzos, ponerse una camisa y deambular por las calles del centro de la ciudad en plena noche. Lo más cómodo es ataviarte con tu sudadera gorda de toda la vida y bajar al bar de siempre a ver a la gente de siempre.

Seguramente el bar de toda la vida de tu barrio sea más cutre que el de la foto, pero la felicidad debería ser la misma.
Seguramente el bar de toda la vida de tu barrio sea más cutre que el de la foto, pero la felicidad debería ser la misma. Shutterstock

Pero claro, una vez te decantas por este plan, es complicado salir del bucle. Cada semana dará más pereza tener que coger el metro o el autobús para luego no saber qué hacer. Pasarán los meses y habrás visitado menos el centro que aquel turista que hizo escala durante unas horas. Lo podrás achacar a la falta de dinero o a otros motivos diferentes, pero la única certeza es que te estás haciendo mayor. No lo niegues, salir sin saber qué va a pasar ya no te emociona.

3 ¿Por qué salir de noche si puedes aprovechar el día?

En el mismo momento en el que te hagas esta pregunta ten claro que has caído ya en las garras de la senectud. Si hablábamos antes de los inconvenientes de salir por el centro cuando hemos perdido el espíritu juvenil, lo de pensar más en el día de mañana que en la noche actual es el golpe definitivo a nuestro yo adolescente.

Tomarse unas cervezas a las diez y media de la noche no nos importa. Una copa a las doce, tampoco. Pero a partir de la una comienza un debate interno en nuestro interior. ¿Lo damos todo o aprovechamos la mañana del domingo y hacemos planes? La relación es directamente proporcional a nuestro espíritu. Si el porcentaje de planes domingueros se acerca peligrosamente (o incluso supera) al de los sábados noche, te habrás convertido en uno de esos personajes que aparecen en Pantomima Full con los que nunca pensaste que empatizarías.

4 Nada de excesos

La tercera regla de la Santísima Trinidad de 'Las noches para los viejóvenes', tras quedarse en el barrio y aprovechar el domingo, es no cometer excesos. Porque emborracharte hasta la saciedad ya no va contigo, al menos no con la asiduidad de antes. Cada vez toleras menos los chupitos, bebes más tranquilo y, sobre todo, te olvidas de esa locura de mezclar demasiadas bebidas. No siempre hacerse mayor es malo...

5 Pagar más por más comodidad

Los festivales son una buena prueba para comprobar tu edad interior. Existen tres opciones: ir a darlo todo sin preocuparte por tu salud, acudir con un mínimo de comodidad y estabilidad, o directamente alejarte lo máximo posible de ellos. La opción del medio es seguramente la más empleada dentro de los millennials envejecidos. Porque todavía nos gusta ir al Arenal Sound, pero no tanto estar rodeado de centenares de personas pasando calamidades en las tiendas de campaña. Donde esté un apartamento cercano en el que poder dormir y ducharte tranquilamente...

Vale, has pagado un pastizal por un apartamento a 4 kilómetros del festival. Pero al menos no tienes que ir a los baños públicos...
Vale, has pagado un pastizal por un apartamento a 4 kilómetros del festival. Pero al menos no tienes que ir a los baños públicos... Shutterstock

Eso por no hablar de cuando salimos de fiesta. ¿En qué momento nos hemos convertido en personas que prefieren pagar más por una copa decente que menos por una de garrafón? En serio, ¿qué nos ha pasado sin darnos cuenta?

6 Repetir las mismas frases que tu padre

No podemos evitarlo. Conforme pasan los años, hacemos con mayor asiduidad los mismos gestos y decimos las mismas frases que siempre hemos odiado de nuestros padres. Tenerlos de ejemplo es lógico y positivo, hablar como ellos te acerca a lo que son: personas mayores.

7 ¿Parques de atracciones? Mejor solo medio día

Los adolescentes y los jóvenes adoran los parques de atracciones, la mejor forma de obtener un subidón de adrenalina durante un día intenso. Un no parar de montañas rusas, cada cual más arriesgada, hasta llegar a la extenuación. La cosa es que ese cansancio llega un poco antes cada verano que acudimos a la cita.

Nuestro cuerpo cada vez está para menos trotes. Empezamos bien, con fuerza nada más llegar, pero a medida que pasan las horas nos vamos diluyendo. Para la hora de comer, estaremos saciados de emociones y solo querremos dar un paseo en barca.

8 El sol, el enemigo de todo viejoven

Comunidad Valenciana, agosto, 38 grados. Un grupo de chavales de 18 años llega a la playa, estira malamente sus toallas y se tumban, sin ningún tipo de protección ante el sol. A escasos metros estás tú, empleando el caduco término "chavales", con el cuerpo pegajoso de tanta crema y metido dentro de la sombrilla como si un vampiro veraneara en la costa.

El paso 1 es llevar solo toalla, el paso 2 es toalla y sombrilla. El paso 3, silla y sombrilla. Es sencillo.
El paso 1 es llevar solo toalla, el paso 2 es toalla y sombrilla. El paso 3, silla y sombrilla. Es sencillo. Shutterstock

Todavía puedes superarlo. Puedes estar sentado en una silla de playa, envidiando a esos chicos a los que aún no les molesta pringarse de arena. Lo bueno es que la silla te permite leer cómodamente, a no ser que dediques el tiempo a intentar escuchar sus conversaciones y recordar cuando tú eras el que estaba en su lugar.

9 Jefe final: las camisas de cuadros

Las camisas están de moda. Incluso las de manga corta, cuando parecían destinadas al desastre. Hoy en día llevar camisas extravagantes es sinónimo de estar a la última, pero no todo vale.

Alejaos de estas prendas, por lo que más queráis.
Alejaos de estas prendas, por lo que más queráis. Shutterstock

Las camisas de cuadros (no las de leñador, las de cuadros de toda la vida) siguen amenazando nuestra juventud. Son baratas y se pueden encontrar en cualquier hipermercado, pero comprarlas supone rendirse al paso del tiempo. No digas que no te avisamos...

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