Kobe Bryant, el ídolo de una generación

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Kobe Bryant, el Michael Jordan de una generación: la historia de uno de tantos jóvenes que se engancharon al basket por él

Kobe Bryant nos ha dejado. Sin embargo, su legado en la NBA será inolvidable, así como su trascendencia en la liga: ya sea amándole u odiándole, convirtió en seguidores del basket a millones de jóvenes por todo el mundo.

Por Juan Ángel Asensio  |  27 Enero 2020

Hay deportistas que son capaces de parar el tiempo. Un tendón contrayéndose, un salto que parece infinito, una mirada ganadora, un movimiento imperceptible pero perfecto. Son ese tipo de deportistas a los que podemos catalogar como artistas, artistas más allá de la estética de un juego y sus reglas. Si hablamos de baloncesto, nos veríamos obligados a hablar de los pases imposibles de Magic Johnson, de la mecánica de tiro fulminante de Larry Bird, de los vuelos sin motor de Michael Jordan. Pero también de la visión, del hondo entendimiento, de la ejecución milimétrica de Kobe Bryant.

Cuando Kobe fue el Jordan de toda una generación

Empecé a jugar al baloncesto a los ocho años. No fue una decisión únicamente mía: mi familia guardaba una estrecha relación con ese deporte y, quizá por eso, por querer formar parte de aquella larga cadena, elegí el deporte de la canasta por encima del fútbol.

Al principio no entendía el juego. Sí sus reglas, claro, y su objetivo, pero sus mecanismos, casi ajedrecísticos, permanecían ocultos para mí. Entonces, los adultos de mi alrededor (el entrenador, mi tío, mi padre, los padres de mis compañeros) me hablaban de Michael Jordan, el mayor jugador de la historia de este deporte. Eso es lo que todos decían, en lo que cualquier aficionado parecía concordar. Yo no había tenido tiempo de verle jugar, al menos de forma consciente.

A los vídeos de Jordan le siguieron, con el paso de los años, los de Chamberlain, Jabbar, Bird, Johnson o Erving. Sin duda eran increíbles, cimas absolutas del baloncesto. Sin embargo, no podía considerarlos referentes, quién sabe si por anacronismo o, simplemente, negar la imposición.

Lo cierto es que por aquel entonces no veía mucho baloncesto, más allá de la ACB y la Euroliga cuando los exámenes me lo permitían. Todo aquello cambió un par de años después cuando, en una fría noche de invierno durmiendo en la casa de un amigo, nos deslizamos en silencio, evitando a toda costa que sus padres se enteraran, hasta la televisión. Era la primera vez que veía la NBA en directo. El partido en cuestión resultó ser un Lakers-Mavericks. De entre todos los jugadores uno tenía un aura especial, vibrante, envolvente. Aquel jugador terminó metiendo 62 puntos e, incluso, en un momento del partido llevaba más puntos que los propios Mavericks. Su nombre era Kobe Bryant. Fue la primera vez que logré entender, a través de otro, cómo funcionaba el juego.

No, no era Michael Jordan. Era Kobe Bryant. Y a mí y a toda una generación de enamorados de este deporte aquello nos bastaba. Era nuestra estrella, nuestro faro, nuestro ejemplo a seguir, desvelándonos noches enteras para poder verle a través de aquella pequeña pantalla, para poder analizar cualquiera de sus movimientos narrados por Antoni Daimiel. Para mí, para mi generación, Kobe Bryant era el sinónimo de baloncesto. Nos decían que no era el mejor de la historia, pero para nosotros, para nuestra historia, sí lo era. Por eso mismo no queríamos llevar el número 23 a la espalda, sino el 8 y más tarde el 24. Nuestros colores eran el púrpura y el amarillo. Y Kobe nuestro Jordan. El entrenador del equipo del colegio no entendía nuestra desmedida admiración por la 'Mamba Negra'. Él había crecido con los Bulls de Michael, y después de eso no había baloncesto.

Años después, ya en la federación, mis primos pequeños empezaron a jugar. LeBron dominaba por completo la NBA y Kobe se encontraba ya en el ocaso de una carrera brillante junto a su inseparable Pau Gasol. Su padre (mi tío, quien me había introducido en el baloncesto) les ponía vídeos de Jordan. Pero cuando acudían a mí solo podía mostrarles vídeos de Kobe Bryant. En especial aquellos 62 puntos frente a los Mavericks, eternos cada uno de ellos, encerrando en su ejecución todas y cada una de las claves de este deporte al que tanto amamos.

Gracias, Kobe. Sin ti no habría entendido el baloncesto como lo entiendo hoy en día. Gracias porque mi generación no necesitó a un Michael Jordan, ni a un Stephen Curry. Nosotros le teníamos a él y eso es más que suficiente. Hubo un momento en el que el baloncesto se llamó Kobe Bryant. Descansa en paz.

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